La escultura funeraria de la capilla del Santo Angel
Angela Santamarina Alducin marquesa de Atalaya Bermeja, conocida como Angelita Varela, apellido este que adoptó del segundo marido de su tía Dolores Santamarina que fue quién la cuidó al quedarse huérfana muy niña, encarga al arquitecto Vázquez Gulías el proyecto de un colegio para acoger niñas huérfanas de obreros. Este proyecto a su vez llevaba parejo una capilla que albergará los sepulcros de la familia. Dentro del estilo historicista que define el conjunto inaugurado en 1925, es el neogótico de la capilla el que cobra más fuerza y sus arcos bien apuntados, bien carpaneles o conocopiales servirán de marco a los mausoleos.
Cuando en 1918 muere Isidoro de Temes, esposo de la fundadora, se elige como escultor a Gabino Amaya, artista extremeño afincado en Madrid conocido sobre todo por su obra de carácter religioso y también con algunos monumentos. Su estilo está dentro de un figurativismo acorde con el gusto conservador de sus clientes.
El mausoleo firmado en 1923 se ubica en la nave de la capilla bajo un arco carpanel con decoración y elementos inspirados en el gótico tardío. Gabino Amaya va hacer una obra suntuosa en consonancia con la categoría del difunto. Para ello opta por un tema iconográfico un tanto artificioso en el que la figura de Cristo se inclina sobre el cuerpo yacente de Isidoro de Temes, que ataviado con el hábito franciscano, descansa sobre un gran sarcófago sostenido por dos atlantes en los extremos y una águila con las alas extendidas en el centro. Todo ello reforzado por la utilización y combinación de materiales nobles: mármol negro jaspeado para el sarcófago y blanco para el rostro y manos en los dos personajes principales, dejando el bronce para sus cuerpos y el resto de las figuras.
Al fallecer el 1922 Dolores Santamarina, estaba irrumpiendo con fuerza en el panorama artístico gallego Francisco Asorey, escultor que sin romper con la tradición e incluso inspirándose en ella estaba dando nuevos aires a nuestra escultura. Va a ser él el que se encargue de esculpir su mausoleo. Para lograr una mayor adaptación al marco arquitectónico se inspira en algunos aspectos de los sepulcros góticos, pero técnica e interpretación de los personajes nos hablan ya de los cambios que a lo largo del siglo XIX y sobre todo en la segunda mitad había experimentado la escultura europea.
Toda la obra se adapta al arco apuntado que la acoge. El sarcófago decorado con una pequeña arquería de inspiración gótica y dos escudos de bronce cuarteados. Sobre él la figura yacente de Dolores Santamarina de granito sepia y al igual que en la de Isidoro Temes, destacan las manos y el rostro de mármol blanco y la austera indumentaria franciscana. A sus pies se encuentra un perro, símbolo de fidelidad en los sepulcros medievales.
En el tímpano del arco esculpido en altorrelieve Cristo crucificado, con dos ángeles que portan la corona, se convierte en el eje de simetría de una composición abigarrada en la que todos los personajes aluden a la filantropía de la difunta: mendigos, madres, niños y ancianos buscan su amparo.
Desde el punto de vista formal llama la atención que lo abigarrado del relieve no impida el realismo dramático de la escena, ello se debe a la minuciosa atención que le da al tratamiento de las carnes, de las ropas o de los estados de ánimo reflejados en los rostros. El deseo de verismo llevó al escultor a convertirse él y su mujer en dos de los protagonistas de la escena. El mismo interés puso Asorey en modelar el cuerpo yacente de Dolores Santamarina al que dota de gran naturalismo alcanzando una individualización muy lograda.
Frente a la suntuosidad de los sepulcros anteriores, cuando fallece la marquesa se elige, siguiendo sus deseos, un sepulcro de gran sencillez. Se trata de un sarcófago, cobijado bajo un arco al igual que los anteriores, de piedra pulida con un escudo de bronce en el centro. Sobre la tapa una figura orante de mujer en mármol blanco, obra del escultor andaluz Jacinto Higueras, que aunque discípulo de los dos grandes maestros del monumento conmemorativo Querol y Benlliure, aquí ejecuta una obra naturalista, sobria y desprovista de cualquier artificiosidad. Algún estudioso ha querido ver en ella una representación de la difunta, mientras otros se inclinan por una huérfana. Detalle difícil de precisar porque existen indicios que llevan a pensar que la obra ya era propiedad de la marquesa años antes de su fallecimiento.