El belén de Arturo Baltar

Los evangelios de Lucas y Mateo y los evangelios apócrifos serán el origen de las fuentes de inspiración de la rica iconografía que sobre el  nacimiento de Jesús comienza a aparecer ya en siglo IV con escenas y figuras que perdurarán hasta nuestros días:  los Reyes Magos, la adoración de los pastores, la mula o el buey.

Pero el antecedente más directo del actual belén, tal como lo vivimos hoy, estaría en el siglo XIII cuando San Francisco de Asís después de regresar de celebrar la Navidad en Belén, pide permiso al Papa para colocar un portal en Greccio (Italia) para conmemorar el nacimiento de Jesús. El éxito fue grande y, al fallecer el santo, será santa Clara la continuadora de su difusión a través de los conventos franciscanos sobre todo por Italia.

La costumbre de instalar el belén llega a España, procedente de Italia, en el siglo XVIII con Carlos III que había sido rey de Nápoles antes de heredar la corona española.

Fue tal la aceptación que tuvo esta costumbre que pronto la importación de belenes napolitanos no fue suficiente y comenzaron a aparecer en la zona de Levante centros de producción de este tipo de figuras que si en un primer momento siguieron modelos italianos, pronto escultores españoles de la talla de Salcillo comenzaron a imprimir su impronta que se extendió a modelos más populares.

En el siglo XX la costumbre de instalar el belén en fechas navideñas se convierte en un hecho muy popular, a la vez que las figuras y escenas pierden ampulosidad en favor de formas más sencillas de inspiración en temas cotidianos. No obstante, si en el siglo XVIII hemos visto como Salcillo y otros escultores elevan el tema del belén a la categoría de obra de arte ahora, aunque en forma más esporádica, hay artistas que interesados por el tema han logrado despojar al belén de ese matiz artesanal,  que parece empeñado en acompañarlo siempre,  para convertirlo en una obra de interés artístico. Ejemplo de ello es el Belén de Arturo Baltar al que su calidad, su exposición museística permanente y el número de visitantes todo el año lo han convertido por un lado en una obra de arte por sí misma al margen de la temática y por otro en el belén gallego por excelencia.

En 1967 el escultor Arturo Baltar recibe el encargo de hacer un belén para la asociación de belenistas de Ourense. Fueron trece figuras a las que en años sucesivos se irán sumando otras a la vez que va cambiando el proyecto inicial. La catedral, el museo y el ayuntamiento lo acogieron en fechas señaladas hasta que en 1980 encuentra su ubicación definitiva en la pequeña capilla del siglo XVI de San Cosme y San Damián.

Baltar, artista prodigioso del barro y de las formas populares, se inicia en el arte de manera autodidacta aprendiendo de artesanos santeiros que recorrían aldeas restaurando retablos. Más tarde asiste a la Escuela de artes y oficios donde conoce al escultor Failde que junto con el pintor Prego de Oliver serán decisivos para definir su estilo. Baltar traduciría al barro la esencia de la obra que Failde esculpía en piedra.

Todas estas experiencias más una sensibilidad innata para plasmar en el barro lo ingenuo, lo sencillo, la ternura y las propias vivencias de su infancia, le permitieron construir un pequeño universo en el que las escenas bíblicas que giran entorno al nacimiento de Jesús son trasladadas al ambiente rural gallego, más concretamente en el que vivió el artista gran parte de su vida.

Por ello podemos decir que en el Belén de Baltar todo es realidad, los montes que lo coronan, los caminos que los recorren, los pedruscos que lo bordean o los árboles carcomidos por el paso del tiempo. La arquitectura es uno de los elementos de mayor interés del conjunto. Todo un catálogo de iglesias perfectamente reconocibles y ligadas a cultos populares:  San Benito de Cova de Lobo, San Mauro de Barbadás o Santa Eufemia de Ambía delatando los arcos de herradura su origen visigodo. La torre de Vilanova dos Infantes vestigio de la revolución Irmandiña y el pazo irguiéndose como  si del palacio del propio Herodes se tratase. Las casas rurales con corredores a los que asoman mujeres o niños curiosos; casas con galerías que abren sus bastidores, hórreos, molinos y bodegas. Fuentes milagrosas como la de Santa Mariña de Augas Santas, cruceiros y muros construidos con la paciencia que permiten los largos días de invierno. Todo esto conforma el escenario de un sinfín de figuras. Unas laboriosas como el alfarero de Tioira o la panadera;  otras ociosas como el solitario pescador o los grupos que se reúnen en torno al número circense de la cabra o a escuchar canciones de ciego o simplemente a cantar paxoliñas.

En grupo o individuales, anónimos o conocidos todos ofrecen, al margen de su calidad artística, un mosaico de la vida rural ourensana salpicado con personajes que como Pepiño el del carro, Blanco Amor, Chaviñas, Nonó o el fotógrafo Rizo recorrían  las calles de la vieja Auria. Todos captados con esa mirada ingenua y bondadosa que el escultor sabe imprimir a su obra.

Por último cabe decir que Arturo Baltar ha creado una escenografía de retazos que ha ido uniendo con una paciencia infinita hasta crear un mundo de recuerdos y tiempos pasados que nos conmueve, nos deleita y nos ilustra.

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