El castillo de Monterrey

La fortaleza de Monterrey (Verín-Ourense) ha cumplido con su cometido de durar y resistir el paso del tiempo manteniendo en pie una buena parte de su núcleo central y de sus murallas, a diferencia de otras construcciones de características semejantes que han corrido peor suerte al convertirse en canteras de obras aledañas.

La geografía del terreno, no podía haber sido de otra manera que el altozano que domina el valle de Monterrey estuviese destinado a una función defensiva y de vigilancia. Con un origen castreño, iría consolidando su papel de fortaleza en la Alta Edad Media. Fue posesión del monasterio de Celanova y de la Corona durante el reinado de Doña Urraca. En el siglo XV son nombrados López de Zúñiga y Sánchez de Ulloa, vizconde y 1er conde de Monterrey respectivamente. En el siglo XVIII, la octava condesa de Monterrey, ajena a la rama de los Zúñiga, integra el condado en las posesiones de la Casa de Alba al contraer matrimonio con un Álvarez de Toledo. El siglo XIX -con la guerra de la Independencia y la Desamortización- pone fin a la activa y cultural vida de la fortaleza sumiéndola paulatinamente en el abandono. A partir de mediados del siglo XX comienza un nuevo amanecer para la fortaleza al restaurarse algunas partes y realizarse varios estudios sobre ella. A este hecho habría que añadir las reivindicaciones por parte de la comarca de Monterrey como conjunto emblemático capaz de canalizar las actividades culturales y la dinamización de la zona.

El triple recinto amurallado confirma el carácter defensivo de esta fortaleza fronteriza a lo largo del tiempo. Las murallas medievales, en torno al núcleo central, se verán reforzadas por otras posteriores que, además de ampliar el recinto, se adaptan al nuevo arte de atacar y defender exigido por la utilización de armas de fuego. Las torres que han perdurado son la de las Damas y la del Homenaje o Nueva construida en 1482 por el primer conde de Monterrey según reza una cartela.

En 1274 se construye la iglesia de Santa María de la Gracia, que acoge la capilla de los condes o de la Anunciación. Esta, de fecha posterior a la iglesia, posee una decoración escultórica de sumo interés, desde los canecillos del exterior con un amplio repertorio iconográfico, hasta el grupo de la Anunciación o los profetas culminando con el famoso retablo pétreo, datado hacia la segunda mitad del siglo XV y que narra en doce tablas, sin orden cronológico, los ciclos de la Pasión y la Resurrección. Está presidido por la figura, en bulto redondo, de Cristo sedente bajo dosel y mostrando las llagas. Su unidad de estilo y las herencias compostelanas e inglesas hacen de él un eslabón que debe tenerse presente en nuestra escultura.

Una de las construcciones más interesantes que se inserta en el recinto de Monterrey es el palacio de los condes. La obra responde a una profunda reforma en el siglo XVI y comienzos del XVII y se debe a Gaspar de Acevedo y Manuel de Fonseca y Zúñiga, quinto y sexto condes de Monterrey. El edificio sigue el modelo de palacio imperante en el siglo XVI. Rompe con la severa arquitectura medieval y con el carácter de fortaleza para introducir un aspecto más palaciego. El esquema de sus fachadas –la del patio de Armas y la Sur – es muy similar. La primera se distribuye en dos pisos, el inferior con arcos rebajados sobre columnas y el superior con balcón corrido de piedra con columnas. La segunda fachada, para salvar el desnivel, añade un piso a una cota más inferior que está definido por arquería de arcos apuntados. Las enjutas de ambas fachadas llevan pequeños escudos heráldicos alusivos a la familia de los señores de Monterrey. El interior esta restaurado y muy modificado.

Construcción de interés por los vestigios escultóricos conservados, debió de ser el hospital de Peregrinos (1391), cuyo solar ocupa un albergue jacobeo, pero manteniendo la primitiva portada que, bajo arquivoltas apuntadas, cobija un tímpano presidido por Cristo sedente rodeado del Tetramorfos. El alfiz que enmarca el arco lleva en sus laterales la Anunciación y en la parte superior escudos de armas.

La fortaleza de Monterrey debe ser hoy un obligado alto en el camino al sumar a la intensa historia que el tiempo ha ido desgranando sobre sus piedras, la síntesis artística de arquitectura defensiva y palaciega, y la perfecta simbiosis con el paisaje del valle policromado por los viñedos.

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